
Decir que “Desayuno en Plutón” es arte por infrecuente sería
una necedad. Ensalzar una obra por su complejidad, otra de mayor tamaño.
Es un ejercicio audiovisual que consigue enlazar episodios
de una vida, pocos años, que parten de una infancia terminal hasta unos treinta
y tantos. En este periodo asistiremos en primera fila a un vaivén de
situaciones que ya “Forrest Gump” nos mostró de forma más comercial.

Desde que se abre el telón hasta su caída asistiremos a un
desfile de niños, terroristas, fronteras, conflictos políticos, disfunción
mental, amistad, bondad, curas –los de iglesia-, adopciones, secretos adivinados,
abandonos, viajes, prestidigitadores, sexualidad, policías, amor, interrogatorios,
atentados, ejecuciones, baile, prostitución, travestismo, bebida, y clímax final
consecuencia de una búsqueda vital que puede y arrasa con todo y con todos. La
banda sonora que la acompaña es lo que el
vino a la comida, zapatito de cristal para Cenicienta.
Si alguien les dice que es una película gay, de culto
transexual,… miente. Es una película que habla de una vida, en la que ser gay o
travesti cobra la misma relevancia que ser enano u obeso, es un vehículo de
denuncia. La sexualidad no es epicentro de nada, o al menos de nada que no lo
sea también lo heterosexual, por lo que no estoy dispuesto a etiquetarla de
esta forma; la obra trata sobre evolución, en un fragmento Neil Jordan lo dice
alto y claro: “¿Por qué os llamáis los Caballeros de la Frontera?, porque la
única frontera que importa es la que está entre lo que tienes delante y lo que
dejas atrás”
Relata el devenir de la vida de una persona dispuesta a
aceptarse a sí misma y a luchar por una meta fija e inamovible, sin prisa y sin
pausa, con desespero y perseverancia, sin desfallecer en el intento. Una
persona amiga de sus amigos, con su círculo de amistades, sin nada particular
que no forme parte de lo que nos rodea.

Los dos pasajes surrealistas forman parte de la creatividad
y representan al pensamiento, libre, sin ataduras, ilusorio y bondadoso. El
protagonista cuestiona lo cuestionable sin que en momento alguno imponga su
razón, sin vehemencia, de forma abierta, parece que dejando que cada cual haga
su camino y se tome el tiempo que necesite; él hace el suyo sin imponer nada a
nadie, sin pedir responsabilidad de terceros para justificarse. Esta forma de
actuar también tiene sus consecuencias, el devenir de Lawrence, de Irwin,… de
la vida.
Neil Jordan se parodia a sí mismo, las conexiones con “The
crying game” son múltiples: transexualidad, IRA, Irlanda, amistad, aceptación,
evolución, denuncia... Empieza y termina la obra de la misma forma, por el
final, y con la misma canción con la que empezó. ¿Casualidad?, seguro, seguro
que no.
Cine muy recomendable, educativo, de aquellas que guardas para proponerla a tus hijos una sobremesa de esas en las que hablamos de vida, de respeto, de ética.
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