“No estoy seguro de si la historia que voy a contarles es totalmente cierta, mucho lo sé de oídas, pero después de tantos años sigo sin descifrar algunas cosas e innumerables preguntas siguen todavía sin respuesta, pero creo que tengo que contar los extraños acontecimientos que tuvieron lugar en nuestro pueblo, ya que posiblemente podrían aclarar algunos de los sucesos que ocurrieron después en este país”
Es la introducción del narrador a “La cinta blanca”. Haneke
lo deja abierto, a nuestro albedrío, que nos respondamos a qué sucesos se
refiere.
Tratándose de la
Alemania en puertas de la I Guerra Mundial, girando la historia en torno a padres
e hijos, resulta inevitable evocar el cercano nacimiento y proliferación del
nazismo, poco albedrío nos queda. Dejémoslo en “albedrío aparente”, sutileza que
nos dedica nuestro amigo Michael.
Cualquier intento de justificación del nazismo es lícito
calificarlo de despreciable. Malsano ejercicio en el que no debemos perder un
instante de nuestro pensamiento, sin más porque no hay más. El destino existe,
y Haneke nos intenta transportar a lo predestinado, como siempre de forma
engañosa, parcial, consciente y punible.
Si obviamos este detalle, no menor, pero si detalle,
encontraremos una película nada
desdeñable, una buena película, cine muy bien hecho y una historia que me ha
gustado.
Conociendo algo del cine de su director, no podemos esperar
nada que no forme parte de su universo pecaminoso, insano, dominante,
autoritario, sumiso, desviado,… pero, en este caso, al abrigo de una época que lo contenía en
medida y que parcial o totalmente también forma parte de la nuestra.
Es lo que muestra sin abrir la filmación al universo. No nos
permite una visión más cierta, menos direccionada, más completa. A tener en consideración
que nos habla de un pueblo y de la globalidad que ocurre en él, en toda su
población.
Todo acontecerá en un pueblo alemán. En él dibujará los
personajes, y así iremos conociendo al
narrador de la historia, profesor del pueblo; el pastor y su familia, líder
espiritual de la comunidad y padre de dos hijos, entre otros, en los albores de la adolescencia,
adornados con guirnaldas que focalizarán nuestra atención; el barón, la
baronesa, su hijo y los mellizos; el médico y sus dos hijos, la comadrona y su
hijo deficiente, algún campesino que verá alterada su familia, también con
hijos, el administrador, ¡cómo no!, con hijos, y alguna nota policial a los que
no supe ver si también los tenían. Persistencia e insistencia en los hijos,
herederos de su subliminal y despreciable mensaje.
Y Haneke, no sólo
condiciona el destino, sino que su cine no deja nada al azar, está todo medido y calculado, lo bueno, lo menos bueno, y un mucho de malo.
Dentro del conjunto, la historia irá describiendo a cada
personaje, sus miedos, sus creencias y convicciones, sus carencias, sus deseos
más repulsivos, y una cinta blanca que unido al deficiente es lo único que
destila pureza, ingenuidad y bondad.
Haneke deja la pureza en manos de lo inerte, bien por ser
meramente un objeto, la cinta, bien por no disponer de mente, el deficiente. Nos
viene a decir más o menos que todo ser dotado de razón es impuro. Su
maximalismo unidireccional me pone enfermo.
Filmada en blanco y negro, preciosista en la ambientación,
en este caso con exteriores que trasladan dicotomía, residiendo siempre los
claros sobre objetos, campos de trigo, transcurrir del cauce de un río, o
caminos del pueblo, y los negros sobre
las personas; con el empleo de la oscuridad no sólo en las búsquedas nocturnas
que acontecen, sino también en las viviendas de habitaciones no iluminadas.
Todo de impecable fotografía, que nos lleva a una visión aséptica, definición
que atribuyo a mi buen amigo Cristóbal y apropiada en global para describir la
forma de filmar de Haneke.
En verdad, Haneke, muestra, y tanto que muestra, pero sólo
lo que a él le interesa mostrar.
Tenemos por delante un relato de intriga, que seguiremos con
interés y que narra con maestría.
Existen multiplicidad de escenas dignas de ser recordadas, a
citar la cena inexistente en casa del pastor ante la tardanza de dos de sus
hijos, los de mayor edad; el tratamiento de la muerte de tres formas distintas,
una en una disertación entre hermanos que a mí no me ha convencido, pretenciosa,
simple y mal terminada, y otras dos, mudas, una de un adulto y otra de un niño
frente a un cadáver, sin que lo que escribo sea spoiler en caso alguno, que la
obra no va de muertos ni de muertes, pero si con la muerte presente en su
ideario, muerte a la que dará cancha a sus anchas en “Amour”, posterior a “La
cinta blanca”.
También disponemos de un diálogo entre médico y comadrona
memorable y detestable; una fiesta de celebración de la recogida del trigo ante
la casa del Barón, que traslada dominancia y sumisión por miedo a la hambruna,
escena en la que el blanco aglutina dominancia y negro sumisión. Una referencia
a la masturbación nada sorprendente, y actitudes de machismo intermitente, que
bien debían haber sido de machismo persistente, de machismo dominante.
Los actores están todos en un buen nivel, ningún papel
predomina a excepción del líder espiritual que quizás es el que tiene más
minutaje, pero a diferencia de “Amour “, “La pianiste” o “Funny games” no
existe rol femenino protagonista que acapare la obra.
Me gustaría decir que jamás volveré a ver una película de
este director, pero años y prudencia, dejando al margen afición, me hacen decir
nunca digas nunca, digamos un ya veremos.
En resumen, buen cine, muy buen cine, buena historia, con un
final ambiguo, que nos mantendrá interesados. Cine muy bien hecho en el que si
obviamos la introducción, podremos disfrutar de una intriga expresada con ritmo
pausado, al ritmo del hacer de un pueblo.
Si gustas de lo bien hecho se debe ver. Si gustas de
historias completas la puedes obviar, Haneke siempre es parcial, voluntaria y
conscientemente parcial.